Nadie lo sabe, especialmente este año.
En elecciones anteriores, los 'born again Christians' se inclinaban por el candidato republicano ya que tradicionalmente representaba los valores tan centrales para las personas de fe, como la familia, la Nación, Dios y la abolición del derecho al aborto.
Pero este año, el candidato del Partido Republicano es Mitt Romney, un hombre de negocios, ex gobernador y ex organizador de los Juegos Olímpicos en Utah hace unos años. Pero también es un confeso Mormón, religión a la que los evangélicos consideran una secta, un culto.
La historia de Estados Unidos se repite ahora con Romney, tal como lo hizo en 1960 el joven legislador demócrata John Fitzgerald Kennedy, quien por entonces era el primer Católico en buscar la presidencia, lo que le trajo un fuerte rechazo inicial. La cuestión de fe nunca había sido un problema, era algo que no afectaba la función pública y que no trascendía más allá de la ocasional visita dominical a alguna iglesia.
Pero con Kennedy el tema se tornó polémico, hasta que en un recordado discurso en agosto de 1960 en Houston, Texas, tomó el toro por los cuernos y habló de su creencia, de su postura religiosa y de sus valores, y anunció la elección de su compañero de fórmula, Lyndon B. Johonson, un sureño, como su audiencia. Fue un golpe político brillante que llevó a Kennedy a la Casa Blanca.
Romney, por su parte, enfrenta un problema más serio ya que su religión es considerada como una secta, pero sin duda elegirá a un acompañante republicano que represente al sector evangélico.
La Iglesia de los Santos de los Ultimos Días nació en el siglo XIX tras las revelaciones que supuestamente recibió Joseph Smith, quien vio al angel Moroni, quien le dio las instrucciones para fundar a la verdadera iglesia. Y aquí es donde los evangélicos levantan el cejo. Para ellos la Biblia es sagrada y allí no se habla de una segunda refundación ni de futuras revelaciones que serán añadidas a los cánones de la iglesia protestante evangélica tradicional.
Romney tiene un camino cuesta arriba hasta llegar a noviembre. Tendrá que convencer a los evangélicos de que él es uno de ellos.
Se estima que el 30% de la población norteamericana profesa la fe evangélica, aquella con base protestante y que promueve una jubilosa adoración y una relación personal con Jesucristo por medio del Espíritu Santo. Son conservadores, como Romney, pero ven a la fe mormora como algo extraño, sectario.
Por lo pronto el influyente movimiento pro familia ha dado a conocer públicamente su respaldo a favor de Romney.
¿Y con Barack Obama? La cosa no pinta tan bien tampoco. El presidente, quien busca su segundo mandato en la Casa Blanca, pudo haber puesto el último clavo en el cajón cuando hace unos días hizo público su apoyo a las bodas entre personas homosexuales, sellando así un largo peregrinaje personal en búsqueda de la verdad ante semejante cuestión. Los evangélicos creen en su mayoría que el matrimonio es entre un hombre y una mujer, tal como lo sancionó Dios.
Además, muchos evangélicos ven a Obama como a un progresista demasiado extremista que socava las libertades religiosas, como lo hizo, a su juicio, al asegurar el acceso de anticonceptivos a todas las mujeres -con fondos federales- en el marco de su polémica ley de reforma de salud.
El tema del aborto no es visto con buenos ojos por los votantes evangélicos, quienes están entre la espada y la pared. ¿Votarán a Romney porque se opone a la terminación de los embarazos, aún sabiendo que es Mormón? ¿O se inclinarán por Obama, sabiendo que apoya la libertad de elección de una mujer?
Obama tiene otro problema y es el hecho de que muchos evangélicos creen que es musulmán, pese a que una y otra vez lo ha desmentido y hasta lo ha demostrado. Está probado que es cristiano.
Lo cierto es que hay millones de votos sin un candidato a quien apoyar. Muchos lo harán a último momento. La pregunta es hacia qué lado inclinarán la balanza el 6 de noviembre.
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