Por: Rvdo Carlos Linares
Con frecuencia hablamos de los adolescentes como si fueran todos iguales, lo que no es así. La adolescencia comienza con cambios biológicos que determinan la maduración física y sexual; sin embargo, cómo se desarrolla, cuándo termina y qué significado cobra esta etapa depende, entre otros aspectos, de la personalidad y la historia de vida del adolescente, del contexto cultural en que vive, de su familia, de los clubes, iglesias o escuelas que frecuenta y de la generación a la que pertenece. Por este motivo hoy no se habla de la cultura adolescente en singular sino de las culturas adolescentes, en alusión a las distintas formas en que se manifiesta la adolescencia, a los distintos estilos de vida que construyen y que se expresan en sus gustos estéticos y musicales, en sus valores, en sus expectativas y en sus normas de conducta; esto se observa en especial en el uso del tiempo libre.
La cultura postmoderna que promueve la falta de certezas, la búsqueda de placer, la falta de proyección de futuro, el individualismo y el consumismo, y que tiende a la fragmentación y a la desigualdad, favoreció el surgimiento de distintas culturas adolescentes. Y si no, pensemos de qué modo distinto expresa su dolor, aquellos adolescentes que se involucran en pandillas o bandas para delinquir, o de aquellos que tienen un buen status económico, que se esconden tras su computadora y se relacionan con otras personas únicamente vía Internet. Analicemos entonces quiénes son los adolescentes con los que trabajamos, cuáles son sus dolores, sus posibilidades, sus inquietudes, sus problemas y cómo podemos orientarlos a encontrar el sentido de sus vidas.
¿Rechaza o acoge a los adolescentes nuestra comunidad de fe?
Los adolescentes son muy sinceros. Cuando algo no les gusta, lo dicen; en ocasiones no se animan a decirlo con palabras, pero lo muestran con sus acciones. Cuando no se sienten cómodos en una iglesia u organización, sencillamente, se van. O si se quedan, «hacen huelga», es decir, se niegan a participar, permanecen charlando en la vereda de enfrente, o boicotean las actividades.
Una comunidad ahuyenta a los adolescentes cuando los critica, no acepta su cultura, su música, su forma de vestir, cuando les niega espacios de participación, cuando todo está organizado en función de los adultos. ¿Cuantos adolescentes han dejado de asistir a la iglesia porque se los criticaba por usar aretes, cabello largo o ropa que no corresponden con el gusto de los adultos?
En contraste, una comunidad los acoge cuando se les acepta como adolescentes, con sus gustos, conflictos, formas de vestir, problemas, pero también cuando se abren espacios para que se expresen, participen, opinen, critiquen. En estas comunidades, los adolescentes nos sorprenden con su inteligencia, su creatividad, su compromiso y colaboración. «¿Por qué se quedaron en esta iglesia?», le pregunté a unos adolescentes que pertenecían a grupos punks, heavy metals y otros. «El pastor es “chevere”», me respondieron, queriendo decir que los aceptaba como eran y los dejaba participar. Pero no sólo el pastor era así; toda la comunidad de la iglesia los aceptaba como eran, dialogaba con ellos y no los discriminaban. Me impactó leer el boletín que habían escrito esos adolescentes para testificarles a sus amigos y amigas en los festivales de música que organizaban, con la música que a ellos les gustaba pero con letras que comunicaban el mensaje cristiano. Así que, tengámoslo en cuenta: los adolescentes no se quedan en iglesias u organizaciones que los rechazen en lugar de acogerlos.
¿Soy un líder o una líder apropiado para los adolescentes?
¿Me siento cómodo o cómoda trabajando con ellos y ellas? ¿Los amo? ¿Comprendo sus problemas, sus culturas, sus dolores? ¿Sé escucharlos? ¿Puedo reírme con ellos y aceptar sus críticas? ¿Vivo un cristianismo auténtico de modo que ellos puedan identificarse conmigo y así deseen acercarse al Señor? ¿Puedo ayudarlos a derribar los obstáculos que les impiden abrazar la fe cristiana? Pueden ser barreras intelectuales o emocionales relacionadas con la resistencia a cambiar su estilo de vida o con el sufrimiento que tienen.
Su esperanza está en Jesucristo
Muchos adolescentes se alejan de Dios pues su dolor es tan profundo que no quieren saber nada de «Si Dios existiera y fuera bueno, yo no estaría sufriendo así», me dijo un adolescente cuyo padre y madre son discapacitados y viven en extrema pobreza. Sin embargo, hay otros que se acercan a Dios justamente cuando comprenden que Dios no quiere que sufran, que Dios sufre por su dolor, que en Cristo pueden encontrar el sentido profundo de sus vidas (2 Corintios 5:15); cuando encuentran el consuelo que Dios ofrece como un padre y como una madre a sus hijos e hijas (2 Corintios 1: 2- 3; Isaías 66:13). En el mensaje del Evangelio pueden recuperar la esperanza y la perspectiva de futuro, además de encontrar la posibilidad de un presente y un futuro mejor en una comunidad cristiana en la que no prime el egoísmo, la discriminación y la individualidad sino la aceptación, el amor y la esperanza en Jesucristo (1 Tesalonicenses 1: 3,10).
Con frecuencia hablamos de los adolescentes como si fueran todos iguales, lo que no es así. La adolescencia comienza con cambios biológicos que determinan la maduración física y sexual; sin embargo, cómo se desarrolla, cuándo termina y qué significado cobra esta etapa depende, entre otros aspectos, de la personalidad y la historia de vida del adolescente, del contexto cultural en que vive, de su familia, de los clubes, iglesias o escuelas que frecuenta y de la generación a la que pertenece. Por este motivo hoy no se habla de la cultura adolescente en singular sino de las culturas adolescentes, en alusión a las distintas formas en que se manifiesta la adolescencia, a los distintos estilos de vida que construyen y que se expresan en sus gustos estéticos y musicales, en sus valores, en sus expectativas y en sus normas de conducta; esto se observa en especial en el uso del tiempo libre.
La cultura postmoderna que promueve la falta de certezas, la búsqueda de placer, la falta de proyección de futuro, el individualismo y el consumismo, y que tiende a la fragmentación y a la desigualdad, favoreció el surgimiento de distintas culturas adolescentes. Y si no, pensemos de qué modo distinto expresa su dolor, aquellos adolescentes que se involucran en pandillas o bandas para delinquir, o de aquellos que tienen un buen status económico, que se esconden tras su computadora y se relacionan con otras personas únicamente vía Internet. Analicemos entonces quiénes son los adolescentes con los que trabajamos, cuáles son sus dolores, sus posibilidades, sus inquietudes, sus problemas y cómo podemos orientarlos a encontrar el sentido de sus vidas.
¿Rechaza o acoge a los adolescentes nuestra comunidad de fe?
Los adolescentes son muy sinceros. Cuando algo no les gusta, lo dicen; en ocasiones no se animan a decirlo con palabras, pero lo muestran con sus acciones. Cuando no se sienten cómodos en una iglesia u organización, sencillamente, se van. O si se quedan, «hacen huelga», es decir, se niegan a participar, permanecen charlando en la vereda de enfrente, o boicotean las actividades.
Una comunidad ahuyenta a los adolescentes cuando los critica, no acepta su cultura, su música, su forma de vestir, cuando les niega espacios de participación, cuando todo está organizado en función de los adultos. ¿Cuantos adolescentes han dejado de asistir a la iglesia porque se los criticaba por usar aretes, cabello largo o ropa que no corresponden con el gusto de los adultos?
En contraste, una comunidad los acoge cuando se les acepta como adolescentes, con sus gustos, conflictos, formas de vestir, problemas, pero también cuando se abren espacios para que se expresen, participen, opinen, critiquen. En estas comunidades, los adolescentes nos sorprenden con su inteligencia, su creatividad, su compromiso y colaboración. «¿Por qué se quedaron en esta iglesia?», le pregunté a unos adolescentes que pertenecían a grupos punks, heavy metals y otros. «El pastor es “chevere”», me respondieron, queriendo decir que los aceptaba como eran y los dejaba participar. Pero no sólo el pastor era así; toda la comunidad de la iglesia los aceptaba como eran, dialogaba con ellos y no los discriminaban. Me impactó leer el boletín que habían escrito esos adolescentes para testificarles a sus amigos y amigas en los festivales de música que organizaban, con la música que a ellos les gustaba pero con letras que comunicaban el mensaje cristiano. Así que, tengámoslo en cuenta: los adolescentes no se quedan en iglesias u organizaciones que los rechazen en lugar de acogerlos.
¿Soy un líder o una líder apropiado para los adolescentes?
¿Me siento cómodo o cómoda trabajando con ellos y ellas? ¿Los amo? ¿Comprendo sus problemas, sus culturas, sus dolores? ¿Sé escucharlos? ¿Puedo reírme con ellos y aceptar sus críticas? ¿Vivo un cristianismo auténtico de modo que ellos puedan identificarse conmigo y así deseen acercarse al Señor? ¿Puedo ayudarlos a derribar los obstáculos que les impiden abrazar la fe cristiana? Pueden ser barreras intelectuales o emocionales relacionadas con la resistencia a cambiar su estilo de vida o con el sufrimiento que tienen.
Su esperanza está en Jesucristo
Muchos adolescentes se alejan de Dios pues su dolor es tan profundo que no quieren saber nada de «Si Dios existiera y fuera bueno, yo no estaría sufriendo así», me dijo un adolescente cuyo padre y madre son discapacitados y viven en extrema pobreza. Sin embargo, hay otros que se acercan a Dios justamente cuando comprenden que Dios no quiere que sufran, que Dios sufre por su dolor, que en Cristo pueden encontrar el sentido profundo de sus vidas (2 Corintios 5:15); cuando encuentran el consuelo que Dios ofrece como un padre y como una madre a sus hijos e hijas (2 Corintios 1: 2- 3; Isaías 66:13). En el mensaje del Evangelio pueden recuperar la esperanza y la perspectiva de futuro, además de encontrar la posibilidad de un presente y un futuro mejor en una comunidad cristiana en la que no prime el egoísmo, la discriminación y la individualidad sino la aceptación, el amor y la esperanza en Jesucristo (1 Tesalonicenses 1: 3,10).
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