COLOMBIA.- Con tres candidatos presidenciales, decenas de gobernadores, centenares de congresistas y millones de fieles en sus filas, los evangélicos conquistan cada vez más la esfera política y consolidan su poder en América Latina.
Esta semana el mundo puso sus ojos en el funeral de Billy Graham, uno de los predicadores evangélicos más influyentes del siglo XX. En el Capitolio de Washington grandes figuras de la vida nacional le rendían los más altos honores, mientras en las redes sociales personajes de la talla de Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama daban el último adiós al “pastor de Estados Unidos”. Su muerte y el multitudinario evento que acompañó su despedida demostró que los más de 70 años que dedicó a los sermones en los 185 países que visitó valieron la pena: aún hoy, el mundo sigue viendo cómo el movimiento cristiano evangélico no solo crece en número de adeptos, sino que también es testigo de su importancia e influencia en nuevos espacios, especialmente en el político.
En una región en la que en solo tres décadas el catolicismo perdió el monopolio religioso que tuvo por más de 500 años y en donde cerca del 20 por ciento de la población es evangélica, cada vez es más difusa la frontera entre lo que es de Dios y lo que es del César. Los movimientos protestantes ya tienen presidentes como Jimmy Morales en Guatemala, o candidatos a serlo, como Fabricio Alvarado en Costa Rica, Jair Bolsonaro en Brasil e incluso Javier Bertucci en Venezuela. Sin embargo, aunque toda la atención está puesta en que ellos lleguen al poder, lo cierto es que la fuerza de los evangélicos se concentra principalmente en los alcaldes, ministros, diputados, congresistas, consejeros y servidores públicos que ratifican la conquista en las más altas esferas gubernamentales.
El creciente número de evangélicos en América Latina hace de este movimiento una fuerza política importante. En Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Argentina y Panamá más de un 15 por ciento de la población es evangélica; en Brasil, Costa Rica y Puerto Rico la cifra asciende a un 20 por ciento y en países centroamericanos como Guatemala, Honduras y Nicaragua esta afiliación religiosa supera el 40 por ciento. Aunque no sean mayoría en ningún país latinoamericano, la facilidad que tienen para transformar su popularidad en votos los convierte en uno de los capitales políticos más codiciados.
Como dijo a SEMANA Javier Corrales, doctor en Ciencias Políticas y profesor del Amherst College, “los evangélicos son muy disciplinados y obedientes con los pastores, acuden a los servicios con regularidad (es decir, escuchan mensajes), tienen presencia en los medios tradicionales y redes sociales modernas, y tienen una gran capacidad de movilización”. De ahí que los candidatos que compiten por llegar al poder busquen conquistar su voto. En Brasil, donde hay unos 42 millones de evangélicos, la alianza (y el rompimiento) entre la Iglesia Universal del Reino de Dios y Dilma Rousseff fue uno de los factores clave de su victoria y de su eventual destitución. Y en Chile, los cuatro pastores evangélicos que tuvo Sebastián Piñera como asesores de campaña demostraron sus intenciones de fidelizar a este electorado durante las presidenciales de 2017. Sin embargo, la influencia de los evangélicos va más allá de su potencial electoral. Lo cierto es que este acelerado fenómeno está transformando la política regional y está posicionando una agenda que se asemeja más a un código moral que a un proyecto político.
En Costa Rica, un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a favor del matrimonio homosexual catapultó como primero en las encuestas al presentador y cantante evangélico Fabricio Alvarado. Bajo la promesa de sacar a Costa Rica de la lista de países que reconocen la competencia de la CIDH y así proteger la vida y la familia, Alvarado dio un salto en las encuestas y en un abrir y cerrar de ojos su intención de voto se disparó del 3 al 17 por ciento. Su opción vicepresidencial, Francisco Prendas, tuvo que ofrecer disculpas esta semana luego de afirmar que nunca pondría a un gay en un puesto de jerarquía para no ofender a la mayoría de la población. Luego de ganar la primera vuelta y a menos de un mes de los comicios definitivos, Alvarado sigue como el favorito para ocupar la primera magistratura costarricense, mientras el debate político quedó secuestrado por el tema del matrimonio homosexual.
El gran número de partidos, candidatos y votantes evangélicos les están dando un nuevo impulso a las causas conservadoras de otros grupos políticos y religiosos en América Latina. Temas como el aborto, el matrimonio igualitario, la eutanasia y la llamada ‘ideología de género’ han reconciliado a evangélicos y católicos en pro de una causa común. Bajo banderas como “con mis hijos no te metas” "En Defensa de la Familia " o “defendamos la niñez”, miles de creyentes que ven estas libertades como una amenaza inundaron las calles de las principales ciudades de Colombia, Paraguay, Ecuador, Perú, México y Chile. La gran presión que ejercieron en la opinión pública tuvo efectos directos en decisiones de carácter nacional, como eliminar una guía para docentes sobre la manera para prevenir la violencia de género en las escuelas paraguayas. Sin embargo, su fuerte influencia se materializó en los resultados de procesos electorales como el triunfo del No en el plebiscito colombiano y en el ascenso de Alvarado en las presidenciales costarricenses. La relación entre fe y política es de doble vía. Mientras las causas conservadoras reviven sus batallas y arrastran nuevos votantes a sus plataformas políticas, como dijo a SEMANA Andrew Chesnut, director de estudios católicos en Virginia Commonwealth University, “los evangélicos ganan mucho espacio electoral a través de una estrategia de formar bloques de legisladores y formar alianzas con estos partidos”.
Si bien los evangélicos no son un movimiento homogéneo, lo cierto es que su alianza con grupos conservadores es una tendencia. El caso más representativo es la polémica candidatura de Jair Bolsonaro por la Presidencia de Brasil. Un exmilitar que no ha reconocido públicamente ser evangélico, pero cuyo discurso, que raya en los límites de la extrema derecha, tiene el respaldo del Partido Social Cristiano. Con frases de alto calibre como que “los gais son producto del consumo de drogas”, “no mereces que ni te viole” y “el error de la dictadura fue torturar y no matar”, Bolsonaro se catapulta como segundo en las encuestas después de Lula, inhabilitado por corrupción.
En el país más grande de América Latina el fenómeno evangélico se evidencia en todo su esplendor. Con una bancada de más de 90 diputados en el Congreso, el alcalde de Río (la ciudad más cosmopolita y multicultural del país) y cerca de 14.000 iglesias abiertas cada año, los evangélicos son la fuerza política que más crece. Y a eso se suma el impresionante poder económico de estos grupos. Según Forbes, las fortunas de los 5 pastores más ricos de América Latina superan los 1.510 millones de dólares.
La cada vez más fuerte presencia de la religión en la política representa un verdadero reto para las democracias latinoamericanas. Si bien no siempre es el caso, lo cierto es que “cuando quiere influir en códigos de conducta y vive obsesionada con doctrinas extremas sobre el pecado y la moralidad, puede ser enemiga de la libertad de pensamiento, de la privacidad humana y del libre albedrío”, dijo Corrales.
Al final, no hay que subestimar su poder ni olvidar que el movimiento evangélico está detrás de episodios desconcertantes como el triunfo en Estados Unidos de Donald Trump.
LA SEMANA
Esta semana el mundo puso sus ojos en el funeral de Billy Graham, uno de los predicadores evangélicos más influyentes del siglo XX. En el Capitolio de Washington grandes figuras de la vida nacional le rendían los más altos honores, mientras en las redes sociales personajes de la talla de Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama daban el último adiós al “pastor de Estados Unidos”. Su muerte y el multitudinario evento que acompañó su despedida demostró que los más de 70 años que dedicó a los sermones en los 185 países que visitó valieron la pena: aún hoy, el mundo sigue viendo cómo el movimiento cristiano evangélico no solo crece en número de adeptos, sino que también es testigo de su importancia e influencia en nuevos espacios, especialmente en el político.
En una región en la que en solo tres décadas el catolicismo perdió el monopolio religioso que tuvo por más de 500 años y en donde cerca del 20 por ciento de la población es evangélica, cada vez es más difusa la frontera entre lo que es de Dios y lo que es del César. Los movimientos protestantes ya tienen presidentes como Jimmy Morales en Guatemala, o candidatos a serlo, como Fabricio Alvarado en Costa Rica, Jair Bolsonaro en Brasil e incluso Javier Bertucci en Venezuela. Sin embargo, aunque toda la atención está puesta en que ellos lleguen al poder, lo cierto es que la fuerza de los evangélicos se concentra principalmente en los alcaldes, ministros, diputados, congresistas, consejeros y servidores públicos que ratifican la conquista en las más altas esferas gubernamentales.
El creciente número de evangélicos en América Latina hace de este movimiento una fuerza política importante. En Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Argentina y Panamá más de un 15 por ciento de la población es evangélica; en Brasil, Costa Rica y Puerto Rico la cifra asciende a un 20 por ciento y en países centroamericanos como Guatemala, Honduras y Nicaragua esta afiliación religiosa supera el 40 por ciento. Aunque no sean mayoría en ningún país latinoamericano, la facilidad que tienen para transformar su popularidad en votos los convierte en uno de los capitales políticos más codiciados.
Como dijo a SEMANA Javier Corrales, doctor en Ciencias Políticas y profesor del Amherst College, “los evangélicos son muy disciplinados y obedientes con los pastores, acuden a los servicios con regularidad (es decir, escuchan mensajes), tienen presencia en los medios tradicionales y redes sociales modernas, y tienen una gran capacidad de movilización”. De ahí que los candidatos que compiten por llegar al poder busquen conquistar su voto. En Brasil, donde hay unos 42 millones de evangélicos, la alianza (y el rompimiento) entre la Iglesia Universal del Reino de Dios y Dilma Rousseff fue uno de los factores clave de su victoria y de su eventual destitución. Y en Chile, los cuatro pastores evangélicos que tuvo Sebastián Piñera como asesores de campaña demostraron sus intenciones de fidelizar a este electorado durante las presidenciales de 2017. Sin embargo, la influencia de los evangélicos va más allá de su potencial electoral. Lo cierto es que este acelerado fenómeno está transformando la política regional y está posicionando una agenda que se asemeja más a un código moral que a un proyecto político.
En Costa Rica, un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a favor del matrimonio homosexual catapultó como primero en las encuestas al presentador y cantante evangélico Fabricio Alvarado. Bajo la promesa de sacar a Costa Rica de la lista de países que reconocen la competencia de la CIDH y así proteger la vida y la familia, Alvarado dio un salto en las encuestas y en un abrir y cerrar de ojos su intención de voto se disparó del 3 al 17 por ciento. Su opción vicepresidencial, Francisco Prendas, tuvo que ofrecer disculpas esta semana luego de afirmar que nunca pondría a un gay en un puesto de jerarquía para no ofender a la mayoría de la población. Luego de ganar la primera vuelta y a menos de un mes de los comicios definitivos, Alvarado sigue como el favorito para ocupar la primera magistratura costarricense, mientras el debate político quedó secuestrado por el tema del matrimonio homosexual.
El gran número de partidos, candidatos y votantes evangélicos les están dando un nuevo impulso a las causas conservadoras de otros grupos políticos y religiosos en América Latina. Temas como el aborto, el matrimonio igualitario, la eutanasia y la llamada ‘ideología de género’ han reconciliado a evangélicos y católicos en pro de una causa común. Bajo banderas como “con mis hijos no te metas” "En Defensa de la Familia " o “defendamos la niñez”, miles de creyentes que ven estas libertades como una amenaza inundaron las calles de las principales ciudades de Colombia, Paraguay, Ecuador, Perú, México y Chile. La gran presión que ejercieron en la opinión pública tuvo efectos directos en decisiones de carácter nacional, como eliminar una guía para docentes sobre la manera para prevenir la violencia de género en las escuelas paraguayas. Sin embargo, su fuerte influencia se materializó en los resultados de procesos electorales como el triunfo del No en el plebiscito colombiano y en el ascenso de Alvarado en las presidenciales costarricenses. La relación entre fe y política es de doble vía. Mientras las causas conservadoras reviven sus batallas y arrastran nuevos votantes a sus plataformas políticas, como dijo a SEMANA Andrew Chesnut, director de estudios católicos en Virginia Commonwealth University, “los evangélicos ganan mucho espacio electoral a través de una estrategia de formar bloques de legisladores y formar alianzas con estos partidos”.
Si bien los evangélicos no son un movimiento homogéneo, lo cierto es que su alianza con grupos conservadores es una tendencia. El caso más representativo es la polémica candidatura de Jair Bolsonaro por la Presidencia de Brasil. Un exmilitar que no ha reconocido públicamente ser evangélico, pero cuyo discurso, que raya en los límites de la extrema derecha, tiene el respaldo del Partido Social Cristiano. Con frases de alto calibre como que “los gais son producto del consumo de drogas”, “no mereces que ni te viole” y “el error de la dictadura fue torturar y no matar”, Bolsonaro se catapulta como segundo en las encuestas después de Lula, inhabilitado por corrupción.
En el país más grande de América Latina el fenómeno evangélico se evidencia en todo su esplendor. Con una bancada de más de 90 diputados en el Congreso, el alcalde de Río (la ciudad más cosmopolita y multicultural del país) y cerca de 14.000 iglesias abiertas cada año, los evangélicos son la fuerza política que más crece. Y a eso se suma el impresionante poder económico de estos grupos. Según Forbes, las fortunas de los 5 pastores más ricos de América Latina superan los 1.510 millones de dólares.
La cada vez más fuerte presencia de la religión en la política representa un verdadero reto para las democracias latinoamericanas. Si bien no siempre es el caso, lo cierto es que “cuando quiere influir en códigos de conducta y vive obsesionada con doctrinas extremas sobre el pecado y la moralidad, puede ser enemiga de la libertad de pensamiento, de la privacidad humana y del libre albedrío”, dijo Corrales.
Al final, no hay que subestimar su poder ni olvidar que el movimiento evangélico está detrás de episodios desconcertantes como el triunfo en Estados Unidos de Donald Trump.
LA SEMANA
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