LIMA.- Cada 28 de diciembre se rememora el “Día de los Santos Inocentes”. Es una fecha en la que se conmemora un episodio hagiográfico del cristianismo: la ejecución de los niños menores de dos años nacidos en Belén ordenada por el rey Herodes I con el fin de no perder poder ante la llegada del Mesías, el recién nacido Jesús de Nazareth.
Pero también es una fecha en la que se acostumbra a realizar bromas de distinto grado para evidenciar la ingenuidad de algunas personas. Si bien parecen dos situaciones diametralmente opuestas, en realidad tienen denominadores comunes: por un lado, el poder (desde el que tiene la capacidad de ejecutar o mandar ejecutar hasta la mínima expresión de capacidad de burlar o timar); por el otro, a la víctima indefensa (ante la criminalidad o la broma). Sirva esta fecha para recordar a todos los inocentes concebidos, ejecutados o mandados a ejecutar por quien tiene el poder de decidir no solo sobre sus cuerpos, sino también sobre sus vidas que aún no son autónomas.
Los no nacidos son inocentes en todo el sentido de la palabra porque no fue su decisión ser concebidos y porque este acto de concepción nada tiene que ver con el desamor, sino con la irresponsabilidad o violencia de uno o ambos progenitores. Pero no solo son seres inocentes, sino también seres indefensos, puesto que nadie procura su protección, ni siquiera el Estado. No estamos hablando de los casos extremos que colocan la vida de la madre frente a la del concebido, sino de la regularidad de aquellos casos en los que la mujer no quiere traerlo al mundo debido a un “error” o incluso porque fue producto de un acto de violencia. Ante situaciones como esta la solución más fácil y popular es despenalizar el aborto, pero pocos reparan en que esto permitirá el crecimiento del servicio de la “muerte”, que involucra a empíricos y hasta a profesionales de la salud que pregonan de manera precaria y pública “solucionamos problemas de interrupción de menstruación”. Algunos sectores consideran la opción del aborto como la muestra más evidente del empoderamiento femenino.
Creemos que sería más importante reforzar las alternativas pro vida no solo con el endurecimiento de la sanción penal y la presencia de operativos destinados a identificar a los autores de los abortos clandestinos, sino también establecer una normativa apropiada que contemple la opción de entrega de estos niños nacidos a adopciones reguladas y monitoreadas por el Estado, incluída una opción para las mujeres que no desean la maternidad sin someterse a los riesgos de una intervención clandestina. ¿Es posible sostener como gran eslogan que la justicia debe estar siempre a favor de los débiles y que en casos como los del no nacido no se tenga ninguna respuesta efectiva? Una más de las tantas contradicciones entre lo proclamado y lo realizado.
La condenable práctica que inició Herodes I y que, tras el triunfo y universalización del cristianismo, derivó en festejos de bromas pesadas que llegaban al exceso y que el Rey Felipe II de España las prohibió hasta reducirlas a las lúdicas prácticas de nuestros días, debe llamarnos a la reflexión. La historia de hace dos mil años parece repetirse. Pero ahora con el nombre de aborto. Con un Herodes I multiplicado y con las víctimas elevadas a la enésima potencia.
Por Ana Calderón Sumarriva
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